Era una nave esbelta, de manga estrecha y proa alta, cuya apariencia afilada, lobuna, estaba lejos de contrinuir a calmar a un muchacho nercioso ante su primer viaje por mar. Al dejar atrás la proteccion del puerto, las olas se hicieron tan poderosas que el barco dejó de mecerse e empezó a subir y bajar a toda velocidad los valles y crestas de las olas. Los largos remos,que se hundían al ritmo de un tosco timbal, apenas dejaban huellas en la superficie de las olas.
Una vez la masa del mar formó olas y corrientes a través del canal para elevarl el nivel del golfo de Cherek, con el viento y la marea a popa, la nave voló literalmente por el paso encabritada y estremecida bajo la fuerza de violentas contracorrientes. Dos marinros que habáin decidido quedarse en cubierta agarrados de una argolla de ierro oxidado, medio cegados por la espuma helada, no vieron el enorme remolino del centro del canal hasta que casi lo tuvieron encima. EL Gran Torbellino lo llamaban.
Era tan grande como todo un pueblo y descendía siniestro hasta formar un pozo agitado y lleno de niebla de una inconcedible profundidad. La nave era guiada directa hacia la vorágine del Gran Torbellino. Ese era el secreto del paso por el canal. Debían dar dos vueltas al Torbellino para ganar velocidad. Si el barco no se rompía, saldría disparado como la piedra de una honda y salvaría las corrientes del otro lado antes de que éstas frenaran su marcha y lo arrastrasen hacia atrás.
La proa del barco se hundió de modo escalofriante en el borde exterior del torbellino dio dos vueltas en torno al enorme embudo a velocidad creciente. Entonces, la embarcación salió despedida del torbellino y surcó las aguas agiadas como un proyectil silbante. El viento causado por la velocidad de la nave aullaba en las jarcias.
Poco a poco la nave aminoró su marcha entre las aguas inquietas por las corrientes, pero el impulso que había acumulado en el remolino fue suficiente para llegar hasta las aguas tranquilas de una ensenada tranquila.